La nueva Biblia

           La Biblia debería ser reescrita. Pasaron aquellas épocas en que había que 'dorar' los sucesos, 'magnificarlos' para conseguir que impactaran en las mentes de aquellos hombres primarios, de mentalidad estrecha.

           Cuando el hombre sólo atendía a sus placeres -descritos en el Antiguo Testamento- no habían demasiadas maneras de poder establecer una comunicación ni tan solo elemental. La dureza de la época, la dureza de la vida no hacía que los hombres estuvieran atentos a nada más que a la precariedad de la vida por no decir por la supervivencia. Además, en aquellos tiempos abundaban los dioses, las ofrendas, los castigos, los temores, y por la propia escasez de elementos básicos, abundaba también pillajes, guerras, raptos, muertes.

           ¿Quién en aquellos tiempos podía levantar la cabeza para ver algo más allá de la pobre, escueta y dura rutina diaria que consistía en sobrevivir hasta el día siguiente sin que nadie que le tuviera un poco de ojeriza le denunciara a las autoridades de la época, que con solamente decir que había mirado mal a alguien determinado corría el riesgo de ser ahorcado, decapitado, torturado, encerrado o simplemente maldecido por las autoridades eclesiásticas? Sin hablar del género femenino que era quien llevaba la peor parte, que ni tan sólo tenía derecho a la vida a no ser que la dedicara enteramente a la servil actividad de estar disponible para el hombre, sin derecho de ningún tipo y sin esperanza de defensa por causa de cualquier invención que sobre ella se tejiera. Realmente se debía ser un Espíritu Maestro para encarnar en femenino en aquellas épocas sabiendo que se iba a tener una vida como la que era habitual. De todas maneras, esto reza exactamente ayer como hoy donde no ha cambiado -en algunos países sí ha cambiado un poco- el destino de la fémina al encarnar.

           Imaginar en aquellos entonces que el hombre iba a pensar en algo más que en el duro subsistir diario sería casi un milagro. Milagro que se atrevió Jesús a afrontar y aún en toda su vida pocos le escucharon y menos le entendieron. No estaban para eso. Su reino era la materia. Su reino era material. Jesús intentó explicar que la materia ahora está y mañana no está, que es efímera, que dura poco comparada con el espíritu del cual estamos hechos porque no estamos hechos de materia sino de espíritu. La materia viste al espíritu en los lugares físicos, en el plano físico. Es como que para manipular materiales corrosivos o radiactivos uno debe enfundarse en algún tipo de protección adecuado al medio que se desea tratar.

           Así como era imposible explicar que para la radiactividad es necesario vestir apropiadamente ya que si no el cuerpo perece y que el espíritu asimismo debe vestirse apropiadamente al encarnar en un mundo determinado del plano físico, tampoco era fácil explicar que estamos en el lugar donde el espíritu ya está vestido para el medio y que nosotros somos el espíritu. ¿Quién iba a creerlo? Ya pocos escuchaban... Entre los pocos que escuchaban había menos aún que entendían. Los que entendían podían contarse con los dedos de una mano (de una mano pequeña!). Uno de ellos fue el pequeño Juan, que vivió en su juventud esta impactante vida de Jesús, donde no perdió detalle y al ser joven empapó como esponja las enseñanzas del Maestro y que aún no entendiéndolas en su momento fructificarían después.

           Ha sido necesario el paso de los siglos para que Juan volviera a vestirse para la ocasión, la ocasión de volver al plano material donde es necesario un cuerpo apropiado para poder vivir unos años. El problema es que nadie en el plano material sabemos quien somos, quien hemos sido y que vamos a ser y así es difícil reanudar un trabajo si este no es recordado previamente.

           Pero hay recuerdos. Y los recuerdos son convenientemente activados desde el plano de donde venimos. Aunque es difícil que un soplo de aire pueda mover un planeta es posible que el espíritu de cada uno sople unas ideas en el encarnado que es uno. Así, el que fue en la pasada época el joven Juan ahora viste de nuevo un cuerpo terrestre -como podría haber vestido otro cuerpo en otro planeta- y pasados los primeros tiempos de aprendizaje de esta máquina llamada cuerpo y sentar una base estable que le procura sustento vital diariamente es cuando empieza a recibir el soplo de su parte espiritual -que vistió de terrestre a un 10% de él- reemprendiendo la tarea de entender el mensaje de Jesús y propagarlo, así como explicar de manera sencilla que todos pertenecemos a Dios, que somos parte de Él ya que estamos formados -espíritu y cuerpo- de su materia. ¿Es difícil de entender "de su materia"? ¿Acaso no estamos formados de minerales en lo último de la escala? ¿Acaso no estamos formados de material planetario? ¿Acaso el material planetario no vino expulsado de la nuestra estrella? ¿Acaso las estrellas no son energía ya menos condensada que los planetas? ¿Acaso las estrellas en forma de galaxias existieron siempre? ¿Acaso el universo existió siempre? ¿Quién lo ha hecho? Sabemos que Dios. Llamémosle Dios o como queramos llamarle. Si aquí -planeta Tierra- sabemos jugar con los átomos y conseguimos hacer pelotas de goma -que no se parecen a nosotros en apariencia- ¿cómo alguien que sepa hacer universos no va a manipular la materia para hacer un universo o varios? ¿No creemos que sea así?

           Es curioso que para explicar una cosa se deban hacer analogías que llevarán a uno a entender lo que de sopetón es difícil de entender. Todos necesitamos analogías, ejemplos, pero estas analogías y ejemplos deben cubrir un pequeño paso cada vez; una analogía no puede hacer entender directamente lo que Hermes apuntó: "como es arriba es abajo". Eso no es entendible directamente, hay que aprenderlo paso a paso. Es lo que intentaba el Maestro Jesús, enseñar con analogías. Ahora también necesitamos analogías. Una analogía es decir: "La hormiga se cree infinitamente poderosa por estar organizada mejor que otros seres, construye arquitectura, es la raza que más número de individuos ha conseguido tener y piensa que no hay nadie más por encima de ella dentro de la Creación". Bien, así piensa el homo sapiens. ¡Cuán lejos estamos aún de entender que aunque seamos más grandes de tamaño o más inteligentes que las hormigas seguimos siendo producto de Dios o como le queramos llamar!

           Tan inteligentes que somos aún no sabemos como funciona la vida. Ni aún sabiendo que a los 20-40 días de la fecundación es cuando se puede encarnar, no sabemos cómo se hace. No sabemos cómo ingresa el gruista en la grua, -el gruista es nuestro espíritu y la grúa es nuestro cuerpo- grua que el gruista irá aprendiendo a mover sus palancas con los años.

           No sabemos nada y creemos saberlo todo. Lo que sí sabemos es que somos parte de algo o de alguien. Digo algo o alguien porque este no va a tener apariencia humana sólo para reconfortar nuestro ego. Quién sabe qué forma tiene ese ser si es que tiene forma. Tiene forma un árbol, tiene forma un ser humano, tiene forma una pelota y todo eso en el plano físico. ¿Qué forma se tiene fuera de este plano físico, en el plano espiritual? Se le dice espiritual porque viene de la palabra espíritu –latín: soplo, aliento, exhalación- pero no hay nada que temer, si no gusta decir 'plano espiritual' porque no gusta, le llamamos plano inmaterial.

           ¿Qué es plano inmaterial? Es el plano donde todos estamos antes y después de venir a aquí para pasar unas 'vacaciones trabajadas' en el plano físico, sea la Tierra u otro planeta. Como he dicho antes, es preciso vestirse apropiadamente para bajar al plano físico -bajar es figurado- así como es preciso vestirse apropiadamente para practicar esgrima. Después de estas 'vacaciones trabajadas' -pagadas si se es hijo de padre rico- volvemos a casa devolviendo el vestido. Recordar que nosotros no somos el vestido. El vestido es para aquí, el plano físico, y aquí Sol 3 tenemos esta apariencia porque es apta para el entorno -y el árbol tiene otra apariencia física- y en otro planeta de los miles de miles que hay para encarnar tendríamos otra apariencia. ¿Que nos pensábamos, que éramos el ombligo del universo? Pues no. El ego nos hace pensar esto. No somos más que una infinita minúscula parte de materia del que nos ha hecho, digo hecho y no creado porque todo el mundo entiende que crear es sacarse algo de la nada y hecho es sacar algo de algo, porque la energía no se crea ni se destruye, solamente cambia de forma.

           Cuando Dios o como le queramos llamar -que no sabemos cómo es físicamente por la sencilla razón que no está encarnado en el plano físico- nos hace a nosotros, espíritus, -que es lo que allí somos- utiliza parte de sí mismo, materia de sí mismo, energía de sí mismo, al estilo que nosotros tomamos diversos materiales para hacer una bebida de Cola. ¡Ojo, la bebida de cola, su ego también le hace sentirse la bebida rey del universo!- pasamos a ser parte de Él -así como un plástico que envuelve una pizza pasa a ser plástico alimentario- y en aquel momento somos lo… más puro y noble que nunca más seremos. Lo que ocurre es que ya fuera de Él empieza la degradación, la corrosión, el embrutecimiento, como el hierro que es degradado en presencia de oxígeno. Nos degrada el medio ya sea espiritual o físico. Fuera de su 'Luz protectora' tendemos a estropearnos y más nos estropeamos cuanto más nos alejamos de la 'Luz protectora' de Él.

           El plano físico tiene todos los medios para corromper, si y solamente si no se viene ahí preparado.

           ¿Que significa preparado? Venimos aquí por unas pocas traslaciones del planeta Tierra a la estrella Sol y no traemos apuntados cuales van a ser nuestros objetivos, nuestras metas, nuestras cantidades de bondad para con los otros. Venimos sin nuestros valiosos archivos en la USB. ¿Qué teníamos que hacer? ¿Para qué vinimos? No nos acordamos. Y es difícil de adivinar.

           Todo depende de la meticulosidad con la que nos hayamos preparado. Así como para subir al pico más alto se debe haber preparado un plan y previsto algunas contingencias, igual hemos hecho en nuestro plano antes de encarnar. Hemos decidido lo que queremos que vamos a ser y a hacer. Lo que ocurre es que al encarnar, la memoria de nuestro 'ordenador' o cerebro es tan pequeña -¿cuántos bits de memoria caben en la primera célula?- que los archivos de la USB no caben y tenemos que tirarla. Nacemos a cero. Cero bits. Sólo con la memoria reactiva provista en la primera célula. Llenar la memoria se hará con los años y conforme vaya creciendo el cerebro.

           ¿De qué vamos a llenar la memoria de nuestro ordenador durante los años que dure? La edad media está por los 75 años. Tenemos dos variables: el origen y la crianza.

           Origen es quien somos, con qué propósito hemos venido y crianza es donde caemos: Planeta, país, región, ciudad, familia, sexo, elegibles todos. Si venimos con el mejor propósito y disponemos de la crianza apropiada aún nos falta saber cómo recordaremos estos 'buenos' propósitos -son los buenos los que hay que recordar, no recordar los buenos da por supuesto el abandono de ellos y aceptar los que uno puede ir elaborando cuando no 'dejarse' a los que vengan que podrán ser los que sean pero pocos de buenos.

           Crianza es allí donde en donde vamos a llenar nuestro cerebro de buenas o malas practicas, costumbres, puntos de vista, etc, que pueden modificar nuestros proyectos para bien o llevarlos al traste cambiándolos para mal. El mejor de los proyectos en un entorno no apropiado puede fracasar. Eso sabiendo que uno tuvo un proyecto y se atrevió a venir y probar de llevarlo a cabo.

           No sabemos si el Maestro Jesús preparó su proyecto en su plano antes de venir o lo desarrolló aquí. Lo que sabemos es que tuvo 'ayuda' del plano espiritual -en el tiempo que estuvo encarnado- que le fue soplando -transmitiendo- ideas, conceptos para que enfilara su camino y pudiera resistir los cambios de dirección que el entorno le sometía.

           ¿Y a nosotros, quién nos sopla las ideas, proyectos? ¿Quién nos 'guía' para recordar cuál es el papel que hemos querido venir a desarrollar?

           Nosotros no somos menos que Jesús, -no es una blasfemia, podemos ser como él- tan sólo que no somos como él. Él llevó a cabo la tarea que a todos nosotros nos habría gustado llevar pero para ello deberíamos ser como él. ¡Buff!, difícil, ¿eh?

           Primero hay que saber lo que él sabía: quién era, de donde venía y qué quería hacer aquí. Nosotros somos nosotros, no aquí, allí en el plano inmaterial, antes de vestir de terrestres -aquí es como el tiovivo, subes al caballito, dos minutos de vueltas, bajas y a casa- venimos de nuestro plano y encarnamos para hacer, probar, realizar, conocer, experimentar, amar, ayudar, etc. Igual que Jesús.

           Pero él tuvo ayuda del plano espiritual, diréis. Nosotros también la tenemos.

           Soplar, transmitir conceptos no es nada más como cuando en la escuela, en un examen, el compañero de pupitre nos soplaba el tema o las repuestas. La diferencia entre el compañero y nuestro Yo superior en el plano inmaterial es que él sopla infinitamente más flojo, más tenue, nosotros no tenemos orejas para oírlo y aquí en el plano físico hay muchísimo ruido. Es más fácil oír un susurro en medio de una explosión atómica. Pero puede oírse el soplo de nuestra parte de Yo que está en el plano espiritual, puede oírse no por las orejas sino por una parte no utilizada del cerebro que está diseñada para ello aunque no la utilicemos -de hecho hay quien no utiliza el cerebro excepto para respirar y moverse-. Pues bien, es posible mediante entrenamiento -o directamente que se tenga el don- intercambiar conceptos con nuestro Yo superior y otros guías amigos que velan por nosotros aunque no nos enteremos, aunque no creamos en ello, aunque no creamos en nada ni siquiera en Dios, el Creador. Todos ellos están allí para ayudarnos, guiarnos, aconsejarnos como haría nuestro mejor maestro pero claro, hay que ser buen alumno en una materia en la que nadie cree y aún creyendo y aplicándose, no siempre se perciben los conceptos que nos mandan.

           Jesús tenía un fluido canal de comunicación con Cristo y con Dios. Jesús vino con la mejor formación y tuvo una buena comunicación con el plano espiritual. Sólo tuvo que adaptar los conceptos de lo que quería transmitir a la mentalidad de la época y fue costoso y doloroso sentir que aún bajando el concepto de nivel, pocos se interesaban por el mensaje que traía, el mensaje que no era nada más que hacernos saber -a nosotros, cabezudos- quiénes somos y a donde pertenecemos; que no es a AQUÍ a donde pertenecemos, aquí estamos unos miles de horas y luego vuelta a casa, que los que estamos aquí luego estamos allá, que no pensemos que podemos robar, violar, matar impunemente porque después de dejar el traje esto se acaba para siempre y ya no le van a perseguir; no, esto sigue allá de donde vinimos, y que si venimos a pasar unos días aquí, no nos matemos sino que nos ayudemos en lo que podamos, porque luego esto sigue, sin decir que siempre hay un retorno a nuestras acciones sea aquí o sea allá, y que solamente nosotros tenemos la llave de nuestra evolución como seres producto de este Hacedor de seres -seres son todos, árboles, animales, Tierra, etc.-. Así como nosotros sabemos hacer televisores hay quien sabe hacer universos y seres y a él llamémosle el Creador porque en realidad, Él creó el televisor que nosotros hemos descubierto, no creado. Crear es sacar un conejo de la chistera sin que haya conejo.

           Dos mil años desde el mensaje de Jesús que pretendía que el animal homo sapiens dejara de ser tan animal -nuestros animales son menos animales que nosotros- y comprendiera que somos parte de algo más grande, mucho mayor, parte de algo infinito a nuestra comprensión y que como 'nobleza obliga' decidiéramos actuar como se debe, como hijos de Dios, con lo cual seríamos hermanos pero no de sangre sino de materia, de energía -la materia es energía condensada, de baja vibración-.

           Lo consiguió parcialmente. Algunos lo recuerdan por las estampas y la iconografía y aún no es que crean en él o no, la mayoría ni saben quién fue ni que dijo ni mucho menos el mensaje. Otros han seguido su camino pero cambiando el mensaje porque durante los siglos cada civilización ha ido adaptando el mensaje a sus conveniencias de manera que en diferentes entornos el mensaje es casi contrario, opuesto; donde decía 'Ámense los unos a los otros' ahora es 'Mátense los unos a los otros', donde decía 'Ayúdense' ahora pone perjudíquense, saquéense, expóliense, róbense los unos a los otros, fastídiense, ódiense, mezquínense...! Total, dos mil años perdidos o casi perdidos. Nada o poco ha cambiado. No adoramos a los dioses de antes pero adoramos al dólar, al Euro y a la Libra por decir unos pocos dioses. Seguimos pensando en el aquí y el ahora, mata, viola, roba, etc. Tambien hay que decir que algunos lo recordamos no de cuando estaba aquí sino por los mensajes que nos dejó y porque hemos comprobado que lo que nos dijo es del todo cierto.

           Durante estos dos mil años, allí en el plano de donde venimos, altas Entidades de Luz han estado preparando otra ocasión para poder repetir el recordatorio que Jesús empezó a darnos. Ahora, casualmente, –la casualidad es que hayamos coincidido con él en esta época- en este período de tiempo está aquí aquel joven que tomó las perlas de Jesús.

           Aquel Juan, después de sacarse el traje físico y volver a su plano, ha estado junto a su Maestro y otras altas entidades preparando una –esta- ocasión para encarnar y seguir insistiendo en lo mismo: No sois diferentes los unos de los otros, sois iguales, estáis hechos de lo mismo, el mismo que ha hecho a uno ha hecho el otro, ¿cómo es que justo al salir de casa, al encarnar, os volvéis intolerantes, rabiosos, depravados? Es como cuando cogéis el coche, os transformáis, perdéis de vista quienes sois. Sois el producto, parte, los hijos del más grande Hacedor jamás imaginado. ¿Porqué no lo entendéis? ¡¿Por qué no lo QUERÉIS entender?!

           En necesario oír la lección muchas veces para que se nos quede. El maestro tiene que repetirla muchas veces. La pena es que los alumnos pasan. Pasan de la lección, pasan del mensaje, pasan del maestro, pasan de los otros, pasan de todo. Pero hay que seguir. Juan está aquí y la misión -aceptada y quizás encomendada también- es repetir hasta la saciedad lo mismo que el Maestro Jesús bajó para decirnos. Jesús encontró un entorno, unas mentalidades más primitivas que las de ahora -deseo creer- y consiguió que el recuerdo de su mensaje permaneciera -para algunos seguidores- hasta ahora. Ahora la mentalidad del ser humano está dispersa en un mar de ruido donde sólo prima el interés y la pertenencia material. ¿Quién va a escuchar que hay algo más que el dinero, el sexo y el poder cuando lo que se propone es no expoliar sino atender al otro, cuando se propone que el importante es el otro y no uno? No está claro si hemos avanzado o retrocedido en comprensión.

           Ahora es el joven Juan de aquella época –que fue Juan de la Cruz en el siglo XVI- quien sigue el camino de Jesús, su Maestro, para ofrecernos su mensaje, conceptos espirituales y enseñanzas para los que los quieran oír. Si llegamos a entenderlos y a practicarlos, es lo deseable y mejoraremos como seres. Si no, con dejar de maltratar al otro, al hermano, sería suficiente.

           Él está aquí. Él es Jorge R. Olguín: No lleva nimbo, no lleva túnica, no lleva sandalias, viste casual y pasea por la calle con su familia.

           Ahora es el tiempo: Ahora es cuando las altas entidades espirituales han convenido que los seres humanos necesitan ser recordados de sus orígenes, de sus deberes y de su final integración con el gran Constructor.

           Aquí están sus palabras: El mensaje de Jesús estaba limitado por el alcance de las comunicaciones de la época. Jorge -el joven Juan- puede ahora ofrecer su mensaje, el mensaje del Maestro Jesús y las palabras de Dios de una manera más amplia sin temor a que, como le ocurrió a Jesús en la Biblia, se tergiversen sus palabras y sus conceptos.



           Su web: www.jorgeolguin.org

           Sus palabras: www.grupoelron.org

           Texto publicado con el conocimiento de Jorge R. Olguín.