Identidad
En una última comunicación: jo_281009_johnakan_karina, Eón dice que en el fin del tiempo nos fundiremos en Él y perderemos nuestra identidad.
En primer lugar uno tiende a sentir una tristeza por la pérdida del 'yo' que durante siglos, milenios nos ha acompañado para lo bueno y para lo malo. Es como separarse de uno mismo cuando uno es quien es, uno es uno mismo. Es difícil de entender eso. ¿Y cómo va uno a separarse de uno mismo?: Dejando de ser quien para ser otro y para no ser uno nunca más.
En cualquier caso uno no será uno nunca más. Uno dejará de tener las pocas virtudes que tiene -¡qué pena!- y dejará de tener los muchos defectos que tiene -¡qué bien!- pero, ¿qué es uno sino la suma de todo esto? Pues esto es lo que uno dejará para siempre al fundirse en Dios. Y al fundirse en Él uno será parte de Dios, casi o como Él. De hecho no hemos dejado nunca de ser parte de Él aunque suene extraño, lo que ocurre es que estando encarnados nos parece que estamos fuera de Él, que no estamos dentro de Él. Quizás un ejemplo sería que no porque nosotros podamos zambullirnos en el mar dejamos de ser seres de tierra.
¿Valdrá la pena dejar de ser uno como es para ser Dios? ¡Por supuesto! ¡Claro que sí! Pero aquí hay algo que no se ha explicado, algo que no es que se nos oculte sino que no hemos llegado al tiempo en que se nos hará saber, y es el cómo llegaremos a Él, en qué condiciones.
Para ello tenemos muchas pistas en los evangelios, una de ellas está en Lucas 19:12-27 y otra en Mateo 25:14-30 que nos induce a pensar que la 'recompensa final' dependerá de cómo se haya trabajado este capital espiritual, divino que Dios nos encomendó al principio de los tiempos. En realidad este capital espiritual, divino no es más que nuestro propio ser, sea espiritual en un momento o material en otro momento.
Parece que la manera de cómo se ha trabajado este capital incrementándolo, ofreciéndolo, transmitiéndolo o mezquinándolo dependerá de cada uno y de su evolución durante el transcurso de los tiempos pues este capital nos es dado al principio y se nos evaluará al final lo que lo hemos hecho crecer, desarrollado y practicado. Y esto dependerá directamente del propio ser, de cómo uno ha sido, de cómo uno es y de cómo será hasta el momento final. Y no hay tregua. Y no hay descanso. Haber obrado bien un tiempo no disculpa obrar mal durante otro tiempo. No se hace el promedio. El mal obrar densifica y el buen obrar sutiliza, es como una balancita con los brazos de diferente longitud donde el brazo que pesa el mal es más largo. Cuesta mucho avanzar un paso, cuesta poco retrocederlo y cuesta nada perderlo todo por una... dejadez momentánea.
Parece duro, parece injusto pero el promedio no sirve. No es suficiente tener pocas culpas y pocas piedras para tirar, ni dos, ni una: no hay que tener ninguna piedra ni motivo para tenerla si se quiere llegar al final en buena condición, en la condición esperada por quién prestó esos denarios para que fructificaran.
Pero el caso es que Dios otorgó al principio de los tiempos a cada uno de nosotros una partícula de Él, de su Ser, fue un regalo -bueno, el regalo que nos dio somos nosotros mismos- y, como los talentos o denarios, tenemos tres posibilidades respecto a este regalo que algún día habrá que presentar a revista:
1- Podemos haberlo roto, deteriorado, mal usado, usado para mal fastidiando a todo ser viviente...
2- Podemos haberlo olvidado un tiempo en el desván, ignorándolo pero para sacar el promedio le sacamos brillo por si hay que enseñarlo...
3- Podemos haberlo cuidado, haberlo prestado al otro aún con peligro de deterioro y aún con heridas de guerra, conseguir que llegue hasta el final habiendo dado réditos al otro como a uno mismo.
Es parecido a la semilla de un árbol: Depende de cada uno que una vez plantada pueda llegar a tenerse un árbol castigado por el descuido, depende de cada uno que pueda obtenerse un árbol normalito ¡bah! y depende de cada uno que pueda obtenerse un árbol digno, que dará magníficos frutos a los demás, oxígeno, sombra necesaria y ayudará a evolucionar los minerales con los que tendrá contacto.
Recuperando, uno va a perder su identidad cuando termine el tiempo prestado y haya que devolverla -devolverse uno mismo- al Prestador: Dios. ¿Quién va a sufrir más por dejar de ser quien ha sido?: Probablemente el que esté menos cerca de Dios.
El que resulte estar en menor evolución el día final es el que va a notar más la diferencia pues su poca luz resultará quemada por la gran e infinita LUZ del Creador como aquel que queda cegado cuando sale de una habitación obscura al exterior donde brilla el Sol. En cambio, para el más evolucionado, el que ya estará más cercano a Dios en aquel momento, prácticamente le será un paseo la transición, el cambio le va a ser insignificante, pues él ya estaba tan cerca de Él que ya era casi... -y no es blasfemia- como Dios. Entonces, ¿cómo va a sentir dejar de ser quien era si casi casi seguirá siendo el mismo?, porque recordemos: el final es Dios.
Es casi un estímulo que al final del tiempo, cuando haya que reunirse con Él perdamos nuestra identidad porque visto así, el que más evolucionó no va a perder nada y en cambio, al menos evolucionado se le ofrece la posibilidad de que en la siguiente Creación tenga una nueva oportunidad de no ser como fue y así no podrá decir: -Claro, con las mismas armas que antes tuve, ya tengo la derrota asegurada.
El que trabajó bien su partícula Divina será recompensado reuniéndose sin cambio ni deterioro a Dios y el que no la cuidó, el que la humilló, el que la vejó, el que la usó con maldad también llegará a estar dentro de Dios pero su disfrute será disminuido o anulado al quedar ciego, al ser quemado por la LUZ del Creador. No disfrutará del relajante descanso de estar nuevamente con Él después de la larga andadura. Quitándole hierro, es como el que llega tarde y mal, también llega pero se queda sin merienda. Y entre Big Bang y Big Crunch, que sería parecido a una encarnación para Eón, Él también quiere descansar un tiempo. Entonces vale la pena llegar bien y limpio para poder disfrutar el merecido descanso porque puede ser que los últimos, los menos evolucionados les toque servir las copas y fregar luego.
Quizás entre Big Bang y Big Crunch haya también -figuradamente- un cielo y un infierno.
|