El Maestro

           Según la Real Academia Española, la definición de maestro es: Persona que enseña una ciencia, arte u oficio, o tiene título para hacerlo. Entonces, ¿cuándo puede alguien ser llamado maestro?: Puede ser llamado maestro cuando puede enseñar algo que él sabe a otra persona que no lo sabe, transmitir conocimiento, en suma.

           Entendido así, cualquiera de nosotros puede enseñar, transmitir algún conocimiento, alguna habilidad que tengamos a otra persona que no lo tiene. Visto así, ¿todos somos maestros? Pues sí. A lo largo de la vida todos hemos conseguido conocimientos que nos valen para distintas cosas: para trabajar en lo que trabajamos, para manejar un automóvil, para entender lo que está escrito en un libro, entender otro lenguaje, etc.

           Los primeros maestros que hemos tenido han sido nuestros padres. Desde entonces, ellos se han esmerado en enseñarnos cómo funciona este mundo, a caminar, a hablar, a comer, a vestir, a comportarnos como seres humanos en el entorno donde nos manejaremos. Luego, sin dejar de ser asistidos por nuestros primeros maestros, los padres, seguimos aprendiendo de otros maestros: los profesores.

           Según la Real Academia Española, la definición de profesor es: Persona que ejerce o enseña una ciencia o arte. La misma definición de maestro. Entonces, indistintamente, una persona que sabe de un tema y que enseña a otro, puede ser llamada profesor o maestro.

           Pero no debemos pensar que todo el conocimiento que posee un profesor o un maestro ha sido adquirido en un supermercado como se adquiere una manzana, que se pela -o no-, se come y digiere prontamente; un maestro, seguramente habrá tenido otros maestros que le han proporcionado los conocimientos que ahora posee. Esto en parte: hay otros conocimientos que se derivan de la aplicación de los primeros como puede ser: la experimentación, que proporciona nuevos conocimientos, la reflexión, que permite obtener nuevo conocimiento por la progresión del que ya se tiene, la observación de hechos, el estudio de material escrito o audiovisual, pero esos últimos ejemplos siguen dependiendo de que previamente haya habido un maestro que los haya transmitido. Siempre, para cada uno de nosotros, hay una persona que sabe más y a ella hay que llamarle profesor o maestro, porque enseña lo que sabe y transmite sus conocimientos.

           Pero, ¿quién decide que una persona es un maestro y que es capaz de enseñar y de transmitir conocimientos? Bien, por la razón mencionada anteriormente, de que todos somos maestros en algo, nos decretamos maestros nosotros mismos. Pero como tenemos la tendencia de sobrevalorarnos, automagnificarnos nosotros mismos –gracias a nuestro imponente ego- y subvalorar a los demás, acabamos decidiendo –constituyéndonos árbitros más allá de nuestra capacidad de juzgar- si tal persona es un maestro y si nos puede enseñar algo..

           Desde pequeños, siempre ha habido un maestro en nuestra vida: padres, monitor de educación física, de matemáticas, historia, lengua. En el trabajo, siempre ha habido quién tiene más conocimiento y nos lo ha transmitido. Cualquier persona -conocida o no- nos ha hecho reflexionar con algo que nos ha dicho, un consejo. Siempre ha habido hay y habrá alguien que sabe más que nosotros de algún tema y esto lo aceptamos como cierto, tenga esa persona un título o documento que lo acredite. Nuestros padres no tienen título de maestro pero podemos asegurar que han sido los primeros y mejores maestros que hemos tenido nunca. Entonces, para ser maestro, no es ni necesario tener un título: Se es maestro sólo con saber de un tema mucho más que otra persona puede saber de ese tema.

           ¿Cómo podemos saber que una persona es un maestro?: Simplemente si tiene un conocimiento que nosotros no tenemos -y no quiero volver a repetir que maestros somos todos porque todos podemos enseñar algo a alguien- pero como estamos en un mundo donde todo está regido por las apariencias, nos ayudará a convencernos que una persona es un maestro si posee un documento que lo diga. Es decir, que alguien diga documentalmente que una persona lo es. Y ahora la paradoja: ¿Quién puede acreditar que una persona es un maestro? Hasta hoy, esta acreditación, este crédito, lo otorga alguien que puede decidir si aquella persona tiene el conocimiento necesario sobre un determinado tema y que puede transmitirla a otros que tienen menos conocimiento sobre ello. En este mundo tecnificado y regido por las normas y leyes, se otorga la capacidad de enseñar sólo a quien posee el permiso de enseñar, y el permiso lo otorga otro maestro que, supuestamente, puede valorar a quien desea ser maestro. Claro está, todo esto dentro de un tema o materia o disciplina. Un maestro acredita que una persona tiene suficiente conocimiento para ser llamado maestro.

           Ahora sí vuelvo a lo de que todos somos maestros en algo. La diferencia entre nosotros –legos- y un maestro, es que a este maestro, algún otro maestro le ha reconocido como tal y a nosotros no. Pero no se nos escapa que hay muchas personas que tienen grandes conocimientos y no han sido titulados por la autoridad -otro maestro- vigente. Un ejemplo lo tenemos en la figura del maestro Jesús: ¿Dónde consiguió el conocimiento que a los doce años de edad le permitía debatir con los doctores de la religión hebrea en Templo de Jerusalén? ¿Qué autoridad reconocida le otorgó el título de maestro? Todos los que lo oían estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Multitud de casos. La mayoría de los grandes hombres y mujeres que han dejado huella no tenían reconocimiento oficial como maestro pero a buen seguro podían -y lo hicieron- transmitir mucho más conocimiento que los maestros reconocidos.

           Entonces, ¿quién es más maestro? Bien, no se pretende juzgar quién es más o menos, simplemente se intenta reconocer a un maestro donde lo hay, aparte de que sea reglado o no. Posiblemente Siddharta, tampoco tenía títulos y fue maestro de maestros. Sólo teniendo pocas luces no distinguiremos con claridad quién es maestro y quién no lo es. Sólo teniendo pocas luces se admitirá que maestro es quien ha aprobado un test o examen universitario diseñado por otro maestro posiblemente con menos conocimientos, pero autorizado a acreditar.

           Hablando de crédito, según la Real Academia Española: Reputación, fama, autoridad. Una persona tiene crédito en determinado tema cuando le acompañan estas tres virtudes. Obviando la reputación y la fama, una persona tiene crédito en determinado tema cuando es una autoridad en dicho tema, lo conoce. Y es una autoridad porque lo ha estudiado, experimentado y lo ha engrandecido con descubrimientos o nuevas teorías. Otra cosa es que -a nivel personal- le concedamos ese crédito.

           Como todos tenemos la gran facilidad de valorar -prejuzgar- a otros independientemente de si tenemos datos y conocimiento suficiente para ello, nos encontramos en la paradoja que casi nunca vamos a reconocer en el otro la capacidad de ser maestro: -Nosotros sí lo somos, claro, pero aquel, ¡bah!, ¡no tiene ni idea! ¿pero quién se ha creído que es, ese? Acabamos midiendo a los demás según nuestra vara de medir que a buen seguro es corta y miope. Aceptamos que todos -impersonalmente- podemos ser maestros en algo pero en el momento de opinar sobre una persona determinada, le despojamos de esta presunción y lo dejamos al raso. Más dramático es este prejuzgamiento cuando la persona en cuestión es conocida: -¿Este? ¡Pero si a este lo conozco yo! ¡Este es Pepe! ¿Pepe, maestro de qué?... Bueno, hay un refrán que dice: Nadie es profeta en su tierra.

           Nuestra capacidad de prejuzgar es tan grande, tan inmensa, que primero disparamos y luego preguntamos. O tampoco preguntamos, así ya nos hemos sacado de encima la incomodidad -o el apuro- de razonar sobre si es o no un maestro. Opinar sobre alguna persona, ya maestra o no, sin saber de ella, sin conocer el tema, sin valorar su trabajo o simplemente negarla a ella, esto ya no es ser escéptico, esto es ser malvado. Pero nuestra gran capacidad de prejuzgar hace que nosotros decidamos en un santiamén si a esta persona la vamos a elevar a maestro o la reducimos a polvo directamente con mirarla, sin apenas saber de qué se trata lo que hemos oído de ella o porque no nos gusta el tema del cual habla -que a buen seguro nos da un millón de vueltas- le cercenamos el pescuezo. Figuradamente hablando, claro.

           Es habitual cuando no es de nuestro agrado un tema o tenemos ideas preconcebidas sobre él, sacar nuestras armas ofensivas y destructoras para, ya no razonar y debatir sobre ello, sino ridiculizarlo y destruirlo a él –al tema- y a quien está disertando sobre el tema. Ya no importará si la persona que maneja el tema tiene conocimiento, si es maestro o no; rápidamente lo invalidamos y lo defenestramos. Y además, nuestra maldad nos hace maldecir sobre él. Es habitual que eso ocurra cuanto más conocimiento tiene el maestro y cuanto menos conocimiento tiene el que decide cargárselo. Esto ocurre cuando personas ignorantes de un tema pretenden opinar sobre él -o directamente no quieren opinar-, como saben que no saben y que tampoco van a llegar a saber, sacan su peor reactividad y se transforman en destructores destruyendo al otro e incluso destruyendo en sí mismos la posibilidad de llegar a entender algo por la vía analítica que tampoco tienen. Son reactivos totales y pueden hacer mucho daño. Generalmente lo hacen y a sabiendas. Destructores.

           Parece que cualquiera puede opinar sobre si un maestro lo es o no lo es dependiendo si el tema es de su agrado, de su comprensión o no. Parece que este tipo de destructores se asumen ser maestros de maestros para decidir si los demás lo son o no. Los maestros no hacen ruido y enseñan, los destructores hacen mucho ruido y enseñan el plumero.

           A lo largo de mi vida he tenido distintos maestros: padres, que me han enseñado a ser persona, de escuela, que me han proporcionado conocimiento para manejarme por el mundo, técnicos, que me han enseñado lo que saben, compañeros, amigos, gente, que me han ofrecido distintos puntos de vista, pareja, que me ha enseñado lo que es la paciencia y otras cosas importantes, maestro espiritual, que me ha enseñado lo que no se ve -ese mundo espiritual que es nuestro hogar- y que no puede ser enseñado si no se acepta al maestro como tal, y uno mismo, que operando toda esta información, todo este conocimiento y combinándolo adecuadamente me ha permitido entender el por qué de muchas cosas.

           Este querido Maestro espiritual, este profesor, es Jorge Raúl Olguín. Tiene más títulos que Jesús y Siddharta juntos.